David Manzur

Contados  pintores de nuestros días reúnen la imaginación creativa, precisión en el dibujo, la capacidad de observación y la destreza técnica de David Manzur

Nació en Neira, Caldas, y adelantó sus primeros estudios en la Escuela de Bellas Artes de Bogotá. El artista colombiano, David Manzur Londoño quien se inició en el arte en Boto, un apostadero español en la Guinea Ecuatorial, donde vivió desde los 3 hasta los 17 años, estudió en la Escuela de Arte Claret en las Palmas, Islas
Canarias, antes de ingresar a la Escuela de Bellas Artes en Bogotá.

Manzur ensayó diversas formas de expresión que fueron desde la música y la danza a la actuación y la pintura, campo en el que como creador purista y buscador de la perfección, se ha situado en la primera fila de los artistas colombianos y como uno de los latinoamericanos del realismo aséptico.

En 1961 ganó el "Premio Guggenheim" en 1962 el "I Premio Fundación Guggenheim" en Nueva York. En 1964 ganó una beca para estudiar en el Pratt Graphic Art Center, otorgada por la OEA. Luego obtuvo el premio de la Gobernación de Antioquia, en la Segunda bienal de Medellín. Algunas de sus obras se encuentran en Estados Unidos, en la Unión Panamericana de Washington, en el Banco Interamericano, en la Biblioteca del Congreso, en el Museo de la Universidad de Oklahoma y, en colecciones como la de Loockwood, Cleveland, entre otras

La obra de David Manzur se establece sobre sí misma y alza sus banderas, como si reclamara una narrativa o una poesía que le siguiera los pasos. Una poesía que nos guiara para distinguir entre su realidad y estos sueños, entre lo que es delirio y lo que es revelación.

Este juego psicológico de Manzur, esta aventura entre lo concreto y lo imaginario, esta doble percepción de los sentidos nos hace concluir que ellos, los órganos mismos de los sentidos, independientemente, tienen su propia capacidad de registrar, catalogar y asimilar los hechos de la realidad y los datos recibidos.

Así Manzur nos hace ver, no con los dos ojos,  la misma escena, sino con cada uno a la vez y simultáneamente, imágenes distintas. Imágenes a veces repujadas, a veces talladas a golpe de cincel, trabajadas como si fueran hechas a golpes de buril. Pero no hay nada táctil. Las imágenes se descomponen y se recomponen como en un calidoscopio, no de la retina, sino de la remota e interior región de los sueños. Y es que Manzur pinta la piel y el alma de las cosas. 

Esta doble visión es nueva en el arte de la pintura, aunque no en el cine o el video en que con medios mecánicos es posible lograr esta simultaneidad. Pero la superioridad de la obra de Manzur radica en que esta es una pintura hecha con las manos. Y esa magia, ese duende, no es posible alcanzarlo con ningún medio digital o mecánico. Él sumerge a uno en la exquisita verosimilitud de la imagen, y "nos engaña"  transformándola como un prestidigitador, siempre con la gracia e ironía del maestro.

La pintura de David Manzur no carece de detalles virtuosos y esto, quizás ha hecho que algunos observadores y críticos pierdan su formidable visión de conjunto, su acabada maestría y sobre todo su inagotable  potencial creativo.